Cuentan
en San Sadurniño que un campesino de la parroquia de Santa María,
cuando volvía de la siega en Castilla más consumido y flaco pero no más
rico que cuando se marchó, oyó que le llamaban por su nombre; levantando
la mirada del suelo vió a una viejita que le enseñaba tres dorados
bollitos de pan de trigo, dispuestos en un blanquísimo paño sobre una
roca a un lado del camino.
La anciana, que aparentaba ser una 'meiga', le pidió al campesino que llevase los tres bollos al Monte do Castro y que, seguidamente, pronunciase tres nombres de mujer. Si lo hacía, quedarían desencantadas tres princesas que vivían encerradas dentro de un monte por un hechizo que les había hecho su padre, un malvado rey moro.
La anciana, que aparentaba ser una 'meiga', le pidió al campesino que llevase los tres bollos al Monte do Castro y que, seguidamente, pronunciase tres nombres de mujer. Si lo hacía, quedarían desencantadas tres princesas que vivían encerradas dentro de un monte por un hechizo que les había hecho su padre, un malvado rey moro.
Pero había una condición: de aquellos bollitos, no debía faltar ni una miguita.
El campesino cogió los bollos atando los picos del paño y, tras prometerle a la anciana que haría el encargo, continuó caminando hacia su hogar.
El campesino por fin llegó a su casa y fue recibido con alegría por su familia. Depués de abrazar a su mujer y a sus hijos, guardó el pan en la chinera, advirtiéndoles que no debían tocarlo.
Se sentó a la mesa, donde su mujer le tenía preparado algo para comer.
Reconfortado por el caldo y el vino y detrozado por el viaje, el hombre se quedó dormido pensando en el extraño encuentro que había tenido y tratando de no olvidarse de los nombres que la anciana le había enseñado.
Mientras, la mujer deshizo el nudo que cerraba el paño donde venían envueltos los bollitos; tentada por el color y el aroma de aquellos molletes, no se pudo resistir y pellizcó un pedacito de uno de ellos; después volvió a cerrar el paño y lo colocó como lo había hecho su marido.
Cuando el hombre despertó, cogió la saca de pan y marchó por el camino del castro, dispuesto a cumplir el encargo de la 'meiga'. Llegado a la cumbre del Monte do Castro, el campesino apoyó los bollos sobre una roca.
Dijo el primer nombre. De debajo de la roca salió una hermosa doncella mora, a la vez que el pan se transformaba en un expléndido caballo. La doncella lo montó y se escapó galopando hacia el horizonte. Al pronunciar el segundo nombre, otra vez sucedió el maravilloso prodigio; la doncella quedó liberada y huyó en su caballo.
Finalmente, gritó el nombre de Loureana; la tercera doncella, más hermosa si cabe que sus hermanas, surgió de debajo de la roca.
Pero su bollo de pan era el pellizcado por la mujer y al caballo que de él nació le faltaba una pata. Cuando la joven lo quiso montar, cayeron los dos hundiéndose de nuevo la princesa bajo tierra mientras se oían sus llantos y lamentos desconsolados resonando entre los cotos.
Desde entonces, las lágrimas de Loureana emanan en las fuentes del Castro. Hay quien dice que, prestando atención, se oyen entre el burbujeo del agua los lamentos de la hermosa princesa Loureana llorando su desgracia.
El campesino cogió los bollos atando los picos del paño y, tras prometerle a la anciana que haría el encargo, continuó caminando hacia su hogar.
El campesino por fin llegó a su casa y fue recibido con alegría por su familia. Depués de abrazar a su mujer y a sus hijos, guardó el pan en la chinera, advirtiéndoles que no debían tocarlo.
Se sentó a la mesa, donde su mujer le tenía preparado algo para comer.
Reconfortado por el caldo y el vino y detrozado por el viaje, el hombre se quedó dormido pensando en el extraño encuentro que había tenido y tratando de no olvidarse de los nombres que la anciana le había enseñado.
Mientras, la mujer deshizo el nudo que cerraba el paño donde venían envueltos los bollitos; tentada por el color y el aroma de aquellos molletes, no se pudo resistir y pellizcó un pedacito de uno de ellos; después volvió a cerrar el paño y lo colocó como lo había hecho su marido.
Cuando el hombre despertó, cogió la saca de pan y marchó por el camino del castro, dispuesto a cumplir el encargo de la 'meiga'. Llegado a la cumbre del Monte do Castro, el campesino apoyó los bollos sobre una roca.
Dijo el primer nombre. De debajo de la roca salió una hermosa doncella mora, a la vez que el pan se transformaba en un expléndido caballo. La doncella lo montó y se escapó galopando hacia el horizonte. Al pronunciar el segundo nombre, otra vez sucedió el maravilloso prodigio; la doncella quedó liberada y huyó en su caballo.
Finalmente, gritó el nombre de Loureana; la tercera doncella, más hermosa si cabe que sus hermanas, surgió de debajo de la roca.
Pero su bollo de pan era el pellizcado por la mujer y al caballo que de él nació le faltaba una pata. Cuando la joven lo quiso montar, cayeron los dos hundiéndose de nuevo la princesa bajo tierra mientras se oían sus llantos y lamentos desconsolados resonando entre los cotos.
Desde entonces, las lágrimas de Loureana emanan en las fuentes del Castro. Hay quien dice que, prestando atención, se oyen entre el burbujeo del agua los lamentos de la hermosa princesa Loureana llorando su desgracia.
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XOAN ARCO DA VELLA
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