Fotografía digital
El ojo y la cámara: captar las imágenes
El mundo está lleno de escenas impactantes, románticas,
divertidas, melancólicas. A todos nos ha impresionado
alguna vez un paisaje misterioso, una escena llena de color.
Entonces apuntamos con nuestra cámara, nos aseguramos
de enfocar bien, de ajustar la luz correcta, y de
evitar que la cámara vibre y ¡zas!, ya está. Pero
cuando las vemos en el ordenador nos llevamos una
decepcionante sorpresa. Lo que tenemos delante no
es lo que habíamos visto. ¿Por qué sucede esto?
La respuesta es que, a pesar de sus similitudes, el ojo y
la cámara no funcionan igual. Aunque tiene capacidades
inalcanzables para el ojo humano, como captar detalles del
movimiento, en general la cámara no es tan versátil
como nuestra mirada.
Nuestros ojos se adaptan a los cambios de luz a gran velocidad
y restan importancia a los cambios de intensidad de luz
entre luces y sombras (no muestran zonas negras ni
"quemadas"), enfocan con tal rapidez que daría la
impresión de que todo se encuentra siempre enfocado
(la cámara tiene una profundidad de campo
limitada), percibimos las imágenes en tres
dimensiones y no planas, y sobre todo, nuestro cerebro
es selectivo con lo que vemos. Esto significa que procesa
la imagen y centra su atención en los detalles que
nos interesan o nos impactan y desecha el resto.
La cámara, por el contrario, capta todo junto mostrando
la escena cargada de detalles sin interés que ensucian
la escena que nuestro cerebro había "limpiado".
Por otra parte, no debemos olvidar que también posee
ventajas que hay que aprovechar, como la capacidad de atraer
nuestra atención con ayuda del encuadre hacia temas
que pasarían desapercibidos, o la capacidad de congelar
el movimiento.
Cuando ya tenemos esto presente, el siguiente paso es aprender
a mirar para escoger el tema, es decir, decidir qué
queremos mostrar. Y esto puede no ser fácil, porque
suele haber mucho donde elegir a nuestro alrededor. Y
cuanto más compleja y más abundante en detalles sea
la escena más cuidadosos debemos ser para evitar
cargar la foto de detalles que desviarían la
atención del tema centra.
Una vez que hemos encontrado esa imagen o ese detalle que
excita nuestros sentidos, es el momento de detenerse a
reflexionar. Hay que observar la escena con calma
por el visor. Debemos movernos alrededor del motivo
( si es posible, claro) para buscar el encuadre
más interesante o para eliminar detalles molestos.
En ocasiones, simplemente desplazándonos unos
metros podemos, por ejemplo emplear las hojas bajas de
un árbol como marco para la fotografía de un
paisaje o captar un reflejo en el agua o cualquier superficie
reflectante que en principio nos había pasado desapercibido
y que ofrece un nuevo punto de vista singular.
Todo estos pasos, aparentemente laboriosos, se realizan de forma mecánica con la práctica.
En este proceso fotográfico podemos incluso permitirnos
el componer nosotros la escena (mover, quitar o añadir
objetos). Son imágenes estudiadas ,y a veces, diseñadas
por el fotografo. Sin embargo no siempre es así. La
vida está llena de instantes fugaces que, si el
fotógrafo quiere captar, ha de estar preparado para
anticiparse al momento. Si queremos plasmar una
carcajada espontánea en una reunión o las
consecuencias de las travesuras de nuestro gato,
por poner algún ejemplo, hemos de estar al acecho,
con todos los reglajes de nuestra cámara a punto y,
por su puesto, con ella fuera de su funda.
XOAN ARCO DA VELLA
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