Cuenta
la leyenda que una vez muerto Santiago, sus discípulos metieron su
cuerpo en un sarcófago de mármol, y éste en una barca cuyo único timonel
era Dios.
La embarcación surcó el mar hasta Gallaecia y remontó el Río
Ulla hasta llegar al puerto de Iria Flavia, capital de esta provincia
romana. Allí enterraron su sarcófago en el cercano bosque de Liberum
Donum.
Pero su tumba fue olvidada hasta que, en el año 813, el eremita Pelayo vio un resplandor en el campo, en el lugar donde se encontraba la tumba del Apóstol.
Se iluminó con el brillo de una estrella, hecho del que derivó
el nombre de Campus Stellae (Compostela). Pelayo avisó al obispo de Iria
Flavia, Teodomiro, que destapó el sarcófago.
En la lápida había una inscripción que indicaba quién se encontraba allí enterrado. El obispo confirmó, tras algunas investigaciones, que verdaderamente se trataba del Apóstol Santiago.
Informaron del hecho al rey Alfonso II, que acudió
al lugar y proclamó al Apóstol Patrono del Reino, y se construyó allí
un santuario. Hoy es la catedral de Santiago de Compostela.
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XOAN ARCO DA VELLA
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