miércoles, 10 de septiembre de 2014

CEMENTERIO ABANDONADO - LESTEDO

 CEMENTERIO DE SANTA MARIA
LESTEDO
BOQUEIXÓN


     La maleza oculta el viejo cementerio de Santa María, en Boqueixón, situado al pie de la Ruta de la Plata y en el que todavía quedan abundantes restos humanos a la vista



     «Señor, ten piedad de mí. Detente, viajero, desflora un pensamiento ante este albergue postrero. Lector, una plegaria. En esta tumba duermen el sueño eterno don Joaquín, que falleció el 27 de diciembre de 1906 a los 67 años, y su esposa doña Carmens, que falleció el 12 de noviembre de 1920, a los 86 años». La leyenda se puede leer, bajo una espesa capa de musgo, tallada sobre una lápida que cubre los restos de un matrimonio que, hace cien años, vivió en Boqueixón. Joaquín y Carmen forman parte, al igual que un buen número de esqueletos, de los vecinos del viejo cementerio de Santa María de Lestedo a los que ya nadie lleva flores, abandonados en un recinto igual de inquietante que de olvidado sobre el que el tiempo ha echado, literalmente, raíces.



     Los de Lestedo conocen de sobra su existencia. Hasta casi los años sesenta del siglo pasado el camposanto se seguía utilizando. 


     Cuando se construyó el nuevo, un par de kilómetros más arriba, hubo vecinos que se ocuparon de su cuidado, de cortar la hierba, de mantener la última morada de los suyos en condiciones presentables.



     Hoy, los peregrinos que recorren el último tramo de la Ruta de la Plata ni se imaginan que, a un tiro de piedra del Camino de Santiago, los restos de numerosos finados permanecen, algunos al descubierto, completamente olvidados.



     «Ramón. Subió al cielo el 31 de agosto de 1922 a los tres años. DEP. Recuerdo de sus abuelos Francisco y Josefa». Qué le pasó a Monchiño seguramente no se sabrá nunca. Pero si hay algo que intriga de manera especial en un cementerio, y más en un cementerio abandonado, es sin duda la tumba de un niño. Monchiño tiene, al menos, un compañero de juegos, el pequeño Dasio.



     Gumersinda, que murió el 7 de marzo de 1922, a los 33 años, es otra de las finadas sobre las que la maleza ha echado raíces. Y José, que se murió en 1926 cuando solo tenía 36 años. Ana, finada en 1930, tenía 57 años y dejó un desconsolado esposo «que le dedica este humilde recuerdo», tal como reza la lápida que la cubre, y cuyo texto se lee si uno arranca con el pie varios años de vegetación.



     No muy lejos, el cura Manuel, «natural de esta parroquia» y muerto en 1928, los bendice a todos. En el cementerio escondido, bajo la vegetación, otras tumbas están identificadas únicamente con números; entre el musgo se reconoce perfectamente el 37.



     Hay dos osarios medio destapados que dejan ver en su interior un número indeterminado de cráneos humanos; de tibias; de cúbitos y radios; un a completa lección de anatomía humana en el medio de un bosque.



     Sobrecoge el altar de piedra, al descubierto, y una enorme cruz con unas puntas extrañas. Los portales de zinc están completamente destrozados. 
 

     Parte de la sillería que cierra el muro ha desaparecido; algunas piedras están tiradas por los alrededores. Las más valiosas, seguramente habrán pasado a formar parte del cierre de algún chalé.



     Siguen en pie parte de los muros de la vieja iglesia de Santa María, aunque la mayor parte de los elementos se utilizaron para construir el templo nuevo. 
 

     Los vecinos parecen no tener mayor interés en el camposanto, lo ignoran aun a pesar de que los restos de sus antepasados siguen allí, a tumba abierta.

MAPA
XOAN ARCO DA VELLA
Fuente: Voz de Galicia

2 comentarios:

  1. Es... muy triste la forma cómo la muerte, junto con el tiempo, se encargan de desaparecer de las mentes humanas las vivencias de todas estas personas que yacen olvidadas en cementerios olvidados.
    Sólo queda decir, que Dios les de el descanso eterno. Amen.

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